
Ocú, cabecera del distrito homónimo en la provincia de Herrera, es un lugar donde la historia y la identidad caminan de la mano con la tierra, donde cada calle, cada rostro y cada copla cantada en décimas guarda ecos de un pasado que sigue vivo. Con una población que supera los 15,000 habitantes, Ocú es mucho más que un punto en el mapa: es un corazón que late al ritmo de la tradición.
Desde su fundación religiosa estimada el 20 de enero de 1775, cuando Fray Francisco de los Ríos y Armengol instauró la viceparroquia de San Sebastián de Ocú, este pueblo ha tejido su historia entre fé, cultura y resiliencia. Su nombre, envuelto en misterios lingüísticos, podría significar "barba de maíz" o bien referirse al bullicio de las bestias en carrera, pero ambas interpretaciones lo conectan directamente con su vocación agrícola y ganadera, y con la fuerza viva de su entorno natural.
Ocú floreció entre montes y colinas suaves, donde el maíz, la yuca y el ñame han sido sustento del pueblo. Hoy, sigue siendo un bastión agropecuario, con pastos tradicionales que dan paso al ganado y tierras fértiles que aún producen con orgullo. Sin embargo, su alma campesina no solo vive en el campo, sino en el arte, en el tambor, en la décima y en la pollera.
El Festival Nacional del Manito Ocueño, declarado Fiesta Folclórica Nacional en 1999, es mucho más que un evento: es una expresión de la hermandad del pueblo, donde el saludo tradicional "¡Ta la manito!" se convierte en símbolo de identidad. Allí se revive el Matrimonio Campesino, se honra la tradición con el Duelo del Tamarindo y se reencarna el pasado con el Muerto en Talanquera y el Enfermo en Hamaca, estampas vivas del ayer.
A lo largo del año, Ocú se transforma en escenario de celebración, como en el Carnaval de las Tres Calles, único en Panamá por su estructura con Calle Arriba, Calle Abajo y Calle Centro. Y en enero, cuando el calendario marca la llegada del nuevo año, la Feria de San Sebastián despliega sus alas, integrando lo agropecuario, lo artesanal y lo cultural.
Aquí se exhibe lo mejor del ganado cebú, se destacan los caballos de paso, se venden sombreros ocueños y montunos, y se saborea la tierra a través de sus frutos: mandarinas, naranjas, yucas y más. Pero también se enfrentan desafíos, como la crisis ambiental del Lago de la Feria, que necesita atención urgente para no perder su papel como símbolo y pulmón cultural del evento.

Las tradiciones de Ocú no serían lo que son sin las manos y voces que las sostienen. Figuras como Dagoberto "Yin" Carrizo, el romántico del acordeón, y Eligio Tejedor, el maestro tamborero, han dejado un legado que traspasa generaciones. También Ernesto J. Castillero Reyes, historiador y educador, ancló las letras del pueblo a la memoria de la nación.
Hoy, en medio de los retos de la modernidad, Ocú lucha por mantenerse fiel a su esencia mientras avanza hacia el futuro. Desde el Municipio y el Patronato del Folclorista se impulsan iniciativas para que las costumbres no se desvanezcan, para que las nuevas generaciones sigan cantando mejorana y bailando tambor.
Ocú no es solo historia. Es raíz, es verso, es guitarra y tambor. Es la mirada sabia del anciano y la sonrisa entusiasta del niño que se pone su primera pollera. Es tierra que se jala y se amarra al corazón, porque quien la conoce, nunca la olvida.
Ven a Ocú, donde la historia no se cuenta: se vive.







